"Sin que nadie se los dijera, se dieron cuenta de que no podían tener familiaridades delante de los demás. Cuando Blanca se ponía ropa de señorita y se sentaba en las tardes en la terraza a beber limonada con su familia, Pedro Tercero la observaba desde lejos, sin acercarse. Comenzaron a ocultarse para sus juegos. Dejaron de andar tomados de la mano a la vista de los adultos y se ignoraban para no atraer su atención. La Nana respiró más tranquila, pero Clara empezó a observarlos más cuidadosamente [...]
Término el verano y los Trueba regresaron a la capital [...]
Mientras acomodaban todo en los coches que los llevarían al tren, Blanca y Pedro Tercero se escondieron en el granero para despedirse. En esos meses habían llegado a amarse con esa aquella pasión arrebatada que los trastornó el resto de sus vidas. Con el tiempo ese amor se hizo más invulnerable y persistente, pero ya entonces tenía la misma profundidad y certeza que lo caracterizó después. Sobre una pila de grano, aspirando el aromático polvillo del granero en la luz dorad y difusa de la mañana que se colaba entre las tablas, Se besaron por todos lados, se lamieron, se mordieron, se chuparon, sollozaron y bebieron las lágrimas de los sos, se juraron eternidad y se pusieron de acuerdo en un código secreto que les serviría para comunicarse durante los meses de separación [...]"
Fragmento del capitulo v "Los Amantes" del libro "La Casa de los Espíritus" por Isabel Allende
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